- Catástrofe y drama
Publicado el 29 de agosto de 2008 en Heraldo de Aragón
Una catástrofe es un acontecimiento imprevisible o incontrolable que produce un daño de grandes proporciones. El drama viene a ser la situación que se crea tras una catástrofe y también la representación de acontecimientos ante un auditorio, bien sea en vivo o través de su reproducción escrita o visual. También usamos el modelo dramático en la investigación social, cuando contemplamos a la sociedad en su propia dramaturgia diaria. Un sociólogo norteamericano, Erving Goffman y un antropólogo británico, Víctor Turner, fueron quienes primero nos enseñaron a ver a la sociedad de esta manera.
He seguido las informaciones que se han venido produciendo como consecuencia del trágico accidente sufrido por un avión de la compañía Spanair en el aeropuerto de Barajas con más de ciento cincuenta pasajeros muertos y he sido espectador de las imágenes televisivas posteriores que me han llevado a reflexionar acerca de todo lo que he visto. Unas imágenes en particular me han impactado más y me refiero a la intervención de un familiar directo de algunas de las víctimas que visiblemente conmocionado y arrastrando un inmenso dolor, criticaba duramente a las autoridades políticas y pedía la identificación de los culpables. Ésta ha sido, a mi juicio, la parte más visible de todo un conjunto de hechos representados en imágenes y que se vienen repitiendo cada vez con mayor contundencia y visibilidad tras cada una de estas grandes conmociones. Por esta razón he pensado que el drama es una forma de análisis que puede resultar útil para entender cómo reacciona nuestra sociedad ante las grandes catástrofes que se producen.
En España después de diversos atentados terroristas con múltiples daños y numerosas víctimas y del producido en Madrid el 11 de marzo de 2004 en particular, del accidente aéreo del Yak-42 en Turquía, del terrible incendio forestal de Guadalajara o del descarrilamiento de un convoy en el Metro de Valencia, por mencionar solo a algunos de estos tristes acontecimientos, se ha ido configurando un drama que se repite en parecidos términos después de cada catástrofe. Es cierto que los hechos mencionados son de naturaleza distinta pues no es lo mismo un atentado terrorista que un accidente en el metro. Ahora bien, en tanto que sus consecuencias dañinas resultan ser masivas, su dramatización posterior es muy semejante.
Esta forma dramática deriva del comportamiento de las diferentes partes: los familiares de las víctimas, las autoridades políticas, los supervivientes, los responsables y los miembros de los equipos de intervención, los testigos presenciales, los expertos que opinan, los periodistas que dirigen y realizan los informativos, los vecinos, asociaciones o grupos relacionados con el acontecimiento catastrófico, la opinión pública, etc. A todos ellos se les sitúa ante el ojo público de las cámaras y los micrófonos que vienen a ser los auténticos promotores de la dramatización. Este drama ha adoptado una forma estandarizada como consecuencia de la reiteración en cada caso de sus precedentes dando lugar a una "matriz dramática". De esta forma y tras una gran catástrofe enseguida se piden culpables, explicaciones inmediatas sobre las causas, las primeras explicaciones se consideran a menudo sospechosas, los escenarios, IFEMA por ejemplo, se repiten, la identificación de los cadáveres ya no resulta creíble, los líderes políticos se prodigan ante las cámaras pues quieren evitar que les reprochen su ausencia, los medios de comunicación buscan imágenes afanosamente y entrevistan a la primera persona que se ponga por delante no importándoles repetir una y otra vez informaciones banales con tal de que alimenten un relato de impacto. Es innegable que en el pasado se produjeron hechos que explican y propician estos comportamientos ahora repetidos, pero esto sucede sin tener en cuenta que las circunstancias de cada una de las catástrofes son únicas y deberían adquirir una dramatización propia.
Inmediatamente después del gran terremoto de Lisboa de 1755 el Rey de Portugal ante la enorme destrucción y daño producido -entre 60.000 y 100.000 muertos- le preguntó a su primer ministro, el ilustrado marqués de Pombal, qué se debía hacer y éste le respondió: "Señor, enterrar a los muertos, cuidar a los vivos." Hoy, tantos años y tantas catástrofes después, deberíamos tomar como ejemplo la enorme sensatez que había en la respuesta que dio el marqués de Pombal a su monarca. En España necesitamos reflexionar acerca de si este drama que hemos creado entre todos y que se activa con cada catástrofe es el mejor de todos los posibles y para ello deberíamos analizarlo con calma y en profundidad. En Gran Bretaña y tras el atentado terrorista del 7 de julio de 2005 en Londres, decidieron intervenir directamente en el drama que se iba a producir tratando de evitar o controlar algunas de las manifestaciones que éste podría adoptar y basándose en la experiencia del 11-M en Madrid. Es bien cierto que ni la sociedad británica es como la española ni las circunstancias de ambos atentados fueron ni mucho menos semejantes, pero y sin lugar a dudas, ésta fue una medida sensata.