EL SUEÑO DE ARIZONA Y OTRAS HISTORIAS
"Si se los separa de sus historias los objetos carecen de significado"
En la frontera. (Cormac McCarthy)
Hay un lugar en Arizona, a un tiro de piedra de la frontera, llamado Montezuma Pass. En realidad, es un puerto de montaña en las Huachuca Mountains, a más de 2000 metros de altitud, y que por eso mismo ofrece unas panorámicas únicas. Mirando hacia el suroeste mejicano destaca la Sierra Madre, lugar de refugio para Gerónimo y sus apaches hace más de cien años y hoy un escondite muy apreciado por los narcotraficantes. Hacia el sureste es la montaña de San José, un gran cono que denota su origen volcánico, la que se eleva a muy pocos kilómetros de la frontera. El espacio que hay en medio de estas grandes cordilleras lo ocupa el desierto de Sonora.
El desierto de Sonora fue antaño la frontera septentrional del imperio español en América o el límite por el norte de Nueva España. Por aquí se internó en 1540 la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, pero no fue hasta el siglo XVII cuando el Padre Kino penetró hacia lo que es hoy el estado de Arizona fundando presidios y misiones como Tubac o San Xavier de Bac en 1699. En 1775 Hugo O´Conor fundó el presidio de Tucson, que es el origen de esta gran ciudad del sur del estado de Arizona. Ya por aquel entonces las rebeliones de los indios Pueblo y Yuma y las continuas incursiones de los Apache, le dieron a este territorio inhóspito el carácter de un peligroso espacio límite en una naturaleza dominada por el desierto.
Montezuma Pass, el lugar desde el que he comenzado este relato, es un paraje de gran majestuosidad y belleza, pero también tiene su propia significación histórica pues si por aquí pasó Vázquez de Coronado en 1540, de aquí partió Melchor Díaz, que al separarse de este grupo que iba hacia el norte, se encaminó hacia el oeste al encuentro de los barcos de aprovisionamiento de Pedro de Alarcón que le habían estado esperando en el golfo de California. Para llegar hasta allí tuvo que cruzar de lado a lado el desierto de Sonora abriendo una ruta que todavía hoy se conoce como "el Camino del Diablo". Estas portentosas aventuras se cuentan, en inglés y español, en unos paneles instalados en los miradores de Montezuma Pass. Tras su lectura conviene mirar detenidamente la extensa llanura desértica que se extiende a nuestros pies para detectar una línea negra, perfecta en su traza, que atraviesa esta inmensidad. Es el muro que han levantado las autoridades norteamericanas para impedir o dificultar el tránsito ilegal de inmigrantes, drogas y armas a través de la frontera. También llama nuestra atención un vehículo estacionado en el pequeño aparcamiento que hay junto al mirador, tiene las ventanillas tapadas y sobresalen de él unas enormes antenas. Junto a este vehículo hay otro con la identificación de la "Border Patrol", cuerpo policial también conocido como "la migra". En el interior del vehículo un agente controla las cámaras y sensores que barren continuamente el límite fronterizo entre México y los EEUU. Al comparar la significación histórica del lugar, descrita en paneles informativos por las autoridades del Coronado National Monument, con el uso que de él hacen hoy las autoridades federales de inmigración, aparece una paradoja sobre la que es útil reflexionar. He pasado cinco meses en Arizona, me he movido a lo largo de la frontera y he leído tanto como he podido buscando claves que fueran útiles para poder descifrar lo indescifrable: una mezcla explosiva de inmensidad desértica, naturaleza salvaje, violencia desatada y profundidad histórica. Poco que ver con ese tópico, tan europeo, que hace de los EEUU un país joven y sin historia. Este no es por lo menos el caso de Arizona. El espacio abierto, gigantesco y también desolador con el que se encontraron los primeros conquistadores españoles que buscaban las siete ciudades de Cíbola o el "gran dorado" del norte, ha quedado ahora delimitado, vallado, controlado y vigilado para interrumpir el tránsito de nuevos "conquistadores" que también buscan un "gran dorado" para salir de la pobreza. Un hecho fundamental a considerar es que los conquistadores de cuatrocientos años atrás y los ilegales de hoy, comparten la misma lengua, el castellano. En Arizona cualquier contraste entre el pasado y el presente es finalmente paradójico.
Llegué a Tucson a primeros de febrero de 2010, pero antes ya había leído algunas de las novelas fronterizas de Cormac McCarthy y muy especialmente Meridiano de Sangre, un relato que se desarrolla en gran parte en este mismo desierto. También 2666, la gran novela de Roberto Bolaño,tiene su epicentro en esta larga frontera que cruza el desierto de Sonora y va hasta el río Grande. Las fronteras que han delimitado o delimitan imperios, son escenarios propicios para la guerra y el tráfico ilegal de objetos o seres humanos, pero también para las leyendas que hacen de ellas espacios para la épica o la aventura y al final y en manos de grandes escritores, como McCarthy o Bolaño, son lugares míticos donde anida el mal. Los Pirineos, que fueron durante siglos la frontera entre dos imperios, los Balcanes territorio en el que se encuentran Oriente y Occidente y el Caribe donde chocaron los grandes imperios coloniales, son buenos ejemplos para los que Pío Baroja, Ismail Kadaré o Alejo Carpentier también han producido una gran literatura.
He transitado a lo largo de la frontera persiguiendo el rastro de Gerónimo en las montañas Chiricahua, imaginando a la expedición de Juan Bautista de Anza avanzando lenta y desesperadamente por el desierto en busca de un pozo o tratando de ver por mí mismo los violentos paisajes de McCarthy en un rincón perdido de esta inmensidad que es el desierto de Sonora. Al final un territorio como éste sólo se explica en su capacidad para integrar la contundencia de una naturaleza desbordante, una historia habitada por héroes míticos como Cabeza de Vaca, Coronado, Anza, el Padre Kino, Cochise, Gerónimo o Wyatt Erp, las imágenes cinematográficas creadas por John Ford y otros grandes autores del "western", la cruda realidad de quienes cruzan ilegalmente la frontera para perecer abrasados en el desierto, los asesinatos diarios cometidos por los cárteles de la droga y al final el violento contraste entre los EEUU y México. Todo esto se combina para crear un mundo que sobresale tanto de la realidad como de la fantasía y que me lleva de nuevo a la lectura de Pedro Páramo, el relato magistral de Juan Rulfo.
Una buena parte de las obras de Cormac McCarthy y especialmente su trilogía de la frontera, tienen mucho más que ver con la narrativa hispanoamericana que con la de sus contemporáneos estadounidenses (Auster, Roth, Carver, Pynchon, etc.) Habría que ir a Rulfo, García Márquez, Alejo Carpentier o Vargas Llosa para encontrar narrativas comparables, historias que brotan de una realidad pluridimensional en la que es muy difícil o simplemente imposible trazar líneas de separación entre la realidad y el sueño, la locura y la cordura, el bien y el mal y que sólo se entienden en un espacio sea el desierto, la selva, el páramo o la alta montaña, que trasciende su condición escénica para convertirse finalmente en protagonista. Es cierto que en el caso de McCarthy late una influencia norteamericana que también estaba presente en buena parte de lo que se llamó entonces el "boom" de la narrativa latinoamericana, la de William Faulkner. Recorriendo el sur de Arizona he percibido un sentido comparable a lo que mi lectura de McCarthy me ha ido sugiriendo: el protagonismo final del paisaje y el territorio que son en realidad los que van conduciendo a muy diversos personajes hacia un destino final. Ahora bien y tal como sucede en muchos de los libros que han escrito los autores a los que he citado, el espacio sigue habitado por los espectros de quienes antes pasaron por él.
Al pie de las montañas Chiricahua, donde en 1886 Gerónimo, a la cabeza de un pequeño grupo de apaches rebeldes que ya eran entonces los últimos que resistían el empuje de la caballería de los EEUU, se rindió finalmente, se eleva un monolito y una placa que señala cómo de esta manera los EEUU dieron por concluidas definitivamente las llamadas "guerras indias". Esto es historia y de esta y otras muchas maneras se exhibe en el sur de Arizona. Tras leer y fotografiar esta placa colocada al borde de la carretera y conduciendo por pistas forestales me interné en las montañas Chiricahua. En lo alto la nieve cubría las laderas y se amontonaba al borde de la pista. Más arriba en Apache Pass me detuve y completamente solo permanecí observando el paisaje durante un buen rato. En este mismo lugar tuvo Cochise su primer encuentro armado con soldados estadounidenses y entonces se inició el último gran combate, que iba a durar varios años, de los Apaches Chiricahua, los indios más indómitos de cuantos se enfrentaron a los EEUU. El destino final de Gerónimo fue la prisión en Florida y el de los Apaches Chiricaua, no volver a sus montañas y tener que habitar la reserva de San Carlos, dentro del estado de Arizona, pero más al norte. También estuve allí para ver cómo viven hoy los Chiricahua y lo primero que se me apareció fue el gran casino, que ellos mismos regentan y que se alza en el límite de la reserva junto a su propio aeródromo. Ésta fue mi primera visita a una reserva india - después he conocido la de los Pápagos o Tohono O' dham, Navaho, Hopi y Apaches de las White Mountains - y en casi todos los casos he sacado una impresión bastante triste acerca del destino de los primeros habitantes que tuvo este gran territorio. Es bien cierto que hoy en casi todas estas reservas se exhiben en pequeños museos o tiendas de artículos tradicionales, una versión de la identidad en forma de objetos tradicionales junto con aquellos relatos que dejan ver el orgullo por su condición étnica. Es el caso de los Hopi, a quienes descubrí cuando era estudiante de Antropología y gracias a la obra de Benjamin Whorf, el gran etnolingüista norteamericano, que había estudiado su lengua. Este recuerdo y la fascinación que sentí hacia esta lengua, tal como Whorf la describía a partir de sus categorías de representación del espacio y el tiempo, me incitaron a acercarme hasta allí. La reserva Hopi se encuentra en el territorio de las "mesas" que es como llaman aquí, también en inglés, a las mesetas. A diferencia de los Apaches, Comanche o Navaho que llegaron a este territorio procedentes del norte hacia el siglo XIII, a los Hopi se les considera descendientes de los denominados indios "prehistóricos", también llamados Anasazi y se supone que fueron desplazados por estos nuevos grupos mucho más belicosos. Habitan un territorio desértico y disponen sólo de una pequeña reserva. La visita fue muy rápida y lo cierto es que no había apenas nada que incitara a quedarse. Los pequeños pueblos que jalonaban la carretera daban una impresión de gran pobreza frente a algunos establecimientos en los que se vendían productos artesanales. Debo confesar que paré en una de estas tiendas para turistas, compré una muñeca "kachina", nada barata por cierto y me fui. Al visitar lugares como éste el sueño de Arizona se desvanece y en su lugar aparece una especie de prisión étnica que encierra en la pobreza a los pocos indios Hopi que habitan esta reserva. Esta ha sido en general la impresión que he sacado de las visitas, breves eso sí, que pude realizar a algunas de las reservas indias del estado de Arizona.
Sin duda que los Navaho son una excepción pues el territorio de su reserva es muy extenso e incluye parajes tan espectaculares como Monument Valley. La nación Navaho dispone de una gran autonomía político-administrativa hasta el punto de que perteneciendo al estado de Arizona mantienen para su reserva un huso horario distinto, por otra parte, vienen a constituir el mayor contingente tribal de población indio-americana de los EEUU.
Siempre he considerado y sé que no soy ni de lejos el único, a Centauros del desierto (1956) o The Searchers que es su título original, de John Ford como el mejor "western" jamás filmado y además una de las obras maestra del cine. Rodada íntegramente en Monument Valley esta película sería inimaginable en otro paraje. Vale la pena empezar por la escena final, cuando su protagonista, personaje que interpreta John Wayne, se aleja de la que ha sido su casa y la puerta enmarca su figura contra el paisaje, el rojo inmenso de Monument Valley, que se adivina al fondo. Seguimos a este personaje, el auténtico protagonista de la película, y vemos cómo se aleja hacia la inmensidad desértica del valle. Esta breve secuencia es una extraordinaria metáfora visual para definir a un héroe épico, que aparece constantemente en el cine de Ford y que fue encarnado tantas veces por el propio John Wayne. Individuo solitario que carga siempre con alguna culpa y que va buscando una redención que casi nunca encuentra. Herido por algo o alguien en un pasado que se intuye pero que nunca es explícito, cabalga como militar o vaquero y casi siempre se cruza con un amor más o menos imposible. Es todo un carácter que no rehúye el peligro y un escéptico de la vida que siempre sucumbe ante el amor o la amistad. Esta caracterización tiene, sin embargo, una dimensión excepcional que es propia del mejor "western" y que se encuentra con la máxima intensidad en el cine de John Ford, se trata de la ubicación de un personaje como éste en un inmenso paisaje. Centauros del desierto es la gran obra maestra del "western" porque, entre otras cosas, ubica a este personaje en un paraje tan majestuoso como es Monument Valley.
La invención del paisaje en la cinematografía guarda relación con la incorporación a un género como el western de dos adelantos técnicos: la fotografía en color y el cinemascope. En mi opinión este cambio sustancial podría ser equiparable al que logró con su pintura Joachim Patinir cuando a comienzos del siglo XVI fue abandonando el formato clásico del tríptico y la representación de grandes escenas, para usando un formato rectangular reducir el tamaño de las escenas y ampliar el del fondo paisajístico. Así nació el paisaje en la pintura. Algo semejante vino a suceder con los grandes westerns realizados sobre todo en las décadas de 1950 y 1960 por directores como Henry Hathaway, Anthony Mann, Howard Hawks, Bud Boetticher y sobre todo John Ford, entre otros. La visión panorámica, tal como sucede en Centauros del desierto[1], permite concebir nuevas imágenes en las que la figura humana se empequeñece para que el paisaje crezca frente al héroe y pueda dominarlo. Fueron estas nuevas imágenes las que vinieron a crear un lenguaje épico capaz de narrar el mito fundacional del "western. Un héroe solitario, ferozmente individualista, viviendo siempre al límite, en constante movimiento en un espacio que no se deja dominar y que se expresa tanto con una belleza majestuosa como con una cruel violencia.
El color rojizo de esta tierra desértica domina las imágenes que John Ford fue capaz de crear y este efecto, que una excelente fotografía es capaz de provocar, permanece en la retina de cualquier espectador que haya quedado impactado por este gran filme. Fueron estas imágenes, una extensa planicie roja de la que sobresalen, como castillos y catedrales, gigantescas moles de piedra, las que me llevaron hasta Monument Valley en plena reserva de los Navaho y al norte del estado de Arizona. Hay a la entrada de Monument Valley un edificio de recepción y un hotel en el que se alojaron en su día los actores y el equipo que rodó Centauros del desierto. Unas amplias terrazas se asoman hacia el valle árido y extenso que desde allí se domina. John Wayne se sentaba en esta balconada al atardecer, tras el rodaje y permanecía un tiempo en la contemplación del panorama. Yo hice lo mismo, me senté, estiré las piernas y dejé que fuera cayendo el sol poco a poco escondiéndose tras una de estas grandiosas mesetas.
Podría parecer que Centauros del desierto siendo una obra maestra del cine, lo cual ya es mucho, se cierra en los paisajes sublimes de Monument Valley, capaces de cimentar un mito[2] alrededor de la figura de su protagonista interpretado por John Wayne. De esta manera la historia que se nos cuenta vendría a ser como un pretexto y lo verdaderamente importante sería la construcción visual del mito. Ciertamente que ésta es ya una interpretación plausible y a lo que yo mismo me he acogido durante mucho tiempo. Ahora bien y aun siendo la historia que se nos cuenta en la película inseparable del efecto visual que produce, ésta no deja de ser un relato más entre los muchos que nos ofrece la tradición del "western". En este caso se trataría de la persecución de una banda de indios que han asaltado una granja matando a todos los hombres y llevándose a las mujeres. Pero mi devoción por Centauros del desierto no sólo me llevó hasta Monument Valley sino también a la lectura de The Searchers[3] de Glenn Frankel y este libro me mostró que tras Centauros del desierto también había grandes historias que forman parte a su vez de la Historia, con mayúsculas, del Oeste americano.
La película de John Ford fue rodada en Arizona, pero los sucesos que cuenta tienen lugar en Tejas. Monument Valley se encuentra dentro de la gran reserva de los Navaho, pero los indios que protagonizan este relato son Comanches. El cine ya nos tiene acostumbrados a estas licencias que muchas veces dan un buen resultado y si no basta recordar una película como La muerte tenía un precio que como es bien sabido fue rodada en los desiertos de Almería. En cualquier caso, la historia aquí contada se acopla perfectamente al espacio en el que se desarrolla, pues no dudamos de que si los hechos tienen lugar en Tejas y los indios son Comanches, bien pudieran haber sucedido en la esquina nororiental del estado de Arizona, allí donde coinciden los extremos de Utah, Arizona, Colorado y Nuevo México y los indios ser Navahos o Apaches.
Tras varios años Ethan o John Wayne, vuelve a su casa, que es ahora la granja de su hermano, vistiendo el uniforme de oficial del ejército confederado. Sólo con estos detalles podemos comprender inmediatamente que Ethan es un perdedor que vuelve a casa tras la derrota. Este es el primer perfil que suelen presentar muchos de los personajes[4] que protagonizan las películas de John Ford, casi siempre encarnados por John Wayne, que arrastran tras de sí un pasado que más que contado viene insinuado o sugerido. A partir de un acontecimiento trágico como es el asalto a la granja que lleva a cabo una partida de indios Comanche, en ausencia de Ethan, el relato avanza mostrándonos la inmediata persecución que se organiza para rescatar a las dos jóvenes, que se han llevado los indios tras haber asesinado al resto de la familia. Los perseguidores serán finalmente sólo dos, Ethan y un joven con algo de sangre Cherokee en sus venas. Tras años siguiendo infructuosamente el rastro de los comanches dan finalmente con una de las sobrinas de Ethan - la otra había sido asesinada a poco de empezar la persecución -que se ha convertido en esposa del jefe Comanche. El conflicto que arrastra Ethan llega a su máxima expresión al encontrarse con su sobrina y comprender que con los años se ha convertido en una auténtica Comanche. Hace ademán de querer matarla, pero su joven acompañante se lo impide. Esta larga persecución acabará con el asalto al campamento de los Comanches y la liberación de esta joven a la que el propio Ethan devuelve finalmente a su casa en una gran escena final a la que ya hacía referencia anteriormente. Realmente y tras esta búsqueda incansable de la joven raptada lo que subyace es un asunto crucial en la historia de Oeste americano, el mestizaje. Esto es lo que la lectura del libro de Glenn Frankel me ha hecho ver. Si para mí ya había una historia en Monument Valley que justificaba plenamente una visita a este paraje, después descubrí que tras esta primera historia, la que nos cuenta la película de John Ford, hay otras muchas. Estas son las otras historias que deseo recuperar aquí. Un paisaje excepcional como éste u otros que no son tan monumentales, como el inmenso desierto de Sonora, despiertan en nosotros la imaginación y con ella nuestra capacidad para evocar relatos ya conocidos o para buscar otros aún por descubrir. Al final las historias se encadenan y nos permiten ampliar más y más el espectro de nuestra mirada que es lo que a fin de cuentas es un paisaje.
El "imperio comanche" es una denominación bastante reciente y que he podido conocer gracias a la lectura de un libro que lleva precisamente este título, El imperio comanche[5] de Pekka Hamalainen. Este título, tan provocador para la imagen que todavía se tiene de los indios norteamericanos pues les adjudica nada más y nada menos que un imperio, expresa con rotundidad la tesis de su autor: que los comanches fueron capaces de desarrollar y sostener con éxito un modo de vida propio durante varios siglos y casi siempre en contra del imperio español primero, de los Estados Unidos de México después y finalmente de los Estados Unidos de América. Gracias a la domesticación y el uso del caballo que habían introducido los conquistadores españoles, los comanches pudieron desarrollar este modo de vida que incluía la caza y la recolección, la rapiña y el comercio, extendieron su dominio por los estados de Nuevo México, Texas, Kansas y Oklahoma a la vez que incursionaban en México. Sólo sucumbieron tras el exterminio llevado a cabo, primero para el aprovechamiento industrial de las pieles, y después para alimentar a los trabajadores del ferrocarril en construcción y que iba a comunicar el este y el oeste de los Estados Unidos, de su principal fuente de suministros, los grandes rebaños de bisontes que pastaban en las inmensas praderas. Esta nueva historiografía forma parte de una corriente que reconstruye la historia del Suroeste de los EEUU para cambiar la perspectiva predominante acerca sobre todo de los Comanches, Apaches y Navahos. También ha habido algunas novedades en la literatura escrita en español y en este caso para devolvernos el relato casi olvidado acerca de la presencia española en California, Arizona, Nuevo México y Texas y para situar en el lugar que le corresponde al período mexicano, desde la independencia de España hasta el tratado Guadalupe-Hidalgo. En este caso me refiero, entre otros, a Banderas lejanas[6] de Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales un libro que fue publicado en 2009 y que ha tenido un gran éxito y difusión en España.
Tras la guerra entre México y los Estados Unidos, Texas se independizó y poco después se incorporó como un estado más a los Estados Unidos de América. Grandes contingentes de colonos anglos llegaron a Texas para cultivar granjas y criar ganado. Hacia 1833, los Parker, una familia de pioneros avanzaba lentamente a través de los estados de Missouri, Arkansas y Luisiana. Venían de Illinois y tras haber cruzado el Misisipí seguían la llamada ruta del Suroeste. Formaban parte de una de esas caravanas cuyas imágenes tanto ha popularizado el "western". Hileras de carretas tiradas por bueyes o mulas atravesando praderas inmensas, hombres a caballo, mujeres y niños a pie. Su destino era un lugar todavía misterioso: Texas. El patriarca de esta familia se llamaba Daniel Parker y era granjero, político y predicador baptista, una mezcla muy apropiada, a la que después añadiría la de luchador contra los indios, en este mundo de pioneros. El 12 de noviembre de 1833 la caravana donde iban los Parker acampó cerca de San Agustín ya dentro del territorio de Texas. De una manera bastante semejante a la de los Mormones cuando salieron huyendo de Illinois hasta alcanzar las áridas planicies y montañas de Utah, estos pioneros creían haber entrado en su "Promise Land" o Tierra Prometida y venían dispuestos a arraigar en ella, a pesar de que ya hubiera seres humanos habitándola y en este caso los Comanches. La creación de los Estados Unidos y muy especialmente la colonización del Oeste no podría entenderse sin el acompañamiento bíblico que tuvo. Especialmente el Antiguo Testamento es una fuente incomparable de historias y una de ellas, la que corresponde al Éxodo o relato de la huida de los Israelitas de Egipto capitaneados por Moisés, ha sido seguramente la más utilizada para crear mitos de fundación y redención. El liderazgo de Moisés, siendo el mediador entre Dios y el pueblo elegido, se funda en su capacidad para conducir a su pueblo hasta la tierra prometida, aunque él no llegue nunca a pisarla. Esta circunstancia le da a este liderazgo mítico el carácter de redención que también caracteriza a la figura de Moisés[7]. Esta elaboración mítica forma parte de la historia de los EEUU y ha inspirado la construcción de algunas de las grandes figuras de su historia, desde John Smith fundador de los Mormones, a Abraham Lincoln o Martin Luther King. Como Moisés, ninguno de estos personajes pudieron pisar o vivir para ver realizada la promesa de redención que habían hecho a sus seguidores. Nadie expresó la naturaleza de esta promesa como Martin Luther King cuando compartió con sus miles de seguidores congregados en Washington la visión redentora que había tenido y que formuló con su conocida frase de "I have a dream" o "Tengo un sueño". Todos ellos y tras haber lanzado una promesa de redención fueron asesinados. Así el sacrificio del líder mitifica la promesa para convertirla en el destino ansiado de una colectividad: mormones, esclavos o afroamericanos. Una de las columnas visibles de la cultura norteamericana es considerarse un país en el que estas profecías pueden cumplirse y así los mormones prosperaron en el estado de Utah y especialmente en Salt Lake City donde tienen hoy su "vaticano", la esclavitud fue abolida y finalmente la población negra de los Estados Unidos pudo ver como toda la nación elegía a un presidente de origen afroamericano en la persona de Barack Obama. Los Parker llegaron a Texas dentro de una corriente enorme de miles y miles de personas que fueron al Oeste creyendo que se dirigían hacia la Tierra Prometida. Esta es una gran historia que contiene otras muchas y entre todas éstas la de los Parker de Illinois.
En 1824 el gobierno de México, que había obtenido su independencia de España hacía poco tiempo, abrió el territorio de Texas a la inmigración extranjera. Se ofrecían 1,7 hectáreas a treinta dólares y esto atrajo a un buen número de ciudadanos estadounidenses dispuestos a colonizar este nuevo territorio. El objetivo de esta medida era crear un colchón de protección entre las comunidades de ganaderos y grandes propietarios mejicanos del sur del territorio y los indios hostiles del norte. Las consecuencias que habría de tener esta acción en el futuro resultaban entonces inimaginables. Los conflictos entre estos colonos procedentes de los Estados Unidos y el gobierno mejicano fueron en aumento y llegaron a un punto en el que la ruptura y la separación parecían inevitables. El mismo Daniel Parker tomó parte en la Asamblea Consultiva que se reunió el 3 de noviembre de 1833 para aprobar la "Declaración del pueblo de Texas" y formar un gobierno provisional. A partir de esta declaración la guerra fue inevitable y el ejército mejicano al mando del general Santana entró en Texas para derrotar a los rebeldes. La defensa del fuerte del Álamo en la ciudad de San Antonio que tuvo lugar en 1836, es el episodio más conocido de esta guerra y acabó con la muerte de sus 189 defensores, entre ellos el famoso Davyd Crockett. Después Hollywood ha producido un buen número de películas para ensalzar el heroísmo de los defensores del Álamo. Sin embargo, no mucho después el 21 de abril de ese mismo año Sam Houston derrotaba en San Jacinto a las tropas del general Santana y abría el camino para la independencia de Texas y su posterior anexión a los Estados Unidos. Mientras todos estos acontecimientos se sucedían, la granja de los Parker, desprotegida por los hombres movilizados por la guerra, fue asaltada por los indios el 19 de mayo de ese mismo año. El resultado de esta acción fue la muerte de cinco personas y la captura de cinco cautivos. Entre estos había dos muchachas jóvenes, Rachel Plummer y Elizabeth Kellogg, dos niños, James Pratt y John Parker y una niña de nueve años Cynthia Ann Parker. Ésta última iba a ser la persona real que inspiraría el personaje de la joven cautiva de los comanches en Centauros del desierto. Tras este asalto los Parker se movilizaron intensamente en la búsqueda de la partida de indios que lo habían llevado a cabo, pero debido a la situación de guerra con Méjico James Parker tardo más de un mes en formar un grupo perseguidor compuesto de catorce hombres. Mientras tanto la partida de indios siguió su camino durante cinco días hasta alcanzar las "High Plains" o "Altas Llanuras" y allí se repartieron los prisioneros. Mientras que un grupo de indios Kichais se llevaban a Elizabeth Kellogg, el resto de la partida, que eran Comanches, se llevaron a los otros cuatro a los que también separaron. Fueron muchas las iniciativas impulsadas por James Parker para recuperar a sus familiares capturadas, pero resultaron ser siempre infructuosas.
El destino final para los cautivos se encontraba en el corazón de la Comanchería que, como escribe Glenn Frankel, era "el hogar y el santuario de la nación Comanche, un imperio sin fronteras, señalizaciones, vallas o muros" y que se extendía unas seiscientas millas en dirección norte-sur desde Kansas a Río Grande y cuatrocientas de este a oeste desde Oklahoma a Nuevo Méjico. Los Comanches, como tantos otros pueblos indígenas, se llamaban a sí mismos Nemernuh o "la gente" y fueron los indios Ute, enemigos acérrimos de los Comanches, quienes les dieron el apelativo de Koh-mahts o "enemigos" del que derivó finalmente la denominación que usamos desde entonces. Como les sucedía a otras naciones indias con un modo de vida nómada y gran actividad guerrera, los Comanches se dividían en bandas, a menudo enfrentadas y lo que les unía era la lengua y el reconocimiento de ciertos vínculos, a veces lejanos, de parentesco entre unas bandas y otras. De acuerdo con Frankel los Comanches se dividían en más de una docena de estas bandas entre las que destacaban los Penateka en el sur y centro de Texas, los Nokoni en la parte noreste, los Quahadi en el noroeste de Texas y Nuevo México y los Yamparika en el oeste de Kansas y sureste de Colorado.
La historia de los Parker, que nos interesa por su relación con la ficción expuesta en imágenes por John Ford, no es sino un episodio más de los muchos casos que hubo de prisioneros cautivos de los indios. Es más, la cautividad entre los indios de Norteamérica se convirtió, gracias al relato escrito por algunos supervivientes, en una especie de género[8]. Fue Mary Rowlandson[9] la que en 1682 publicó el primero de estos relatos. Había sido capturada por indios Narragansett junto a sus tres hijos el 10 de febrero de 1675 y liberada el 6 de mayo de 1676. En este tiempo una de sus hijas murió y fue separada de sus otros dos hijos. La narrativa de la cautividad estaba protagonizaba por mujeres, acompañadas en muchas ocasiones por sus hijos, y expresaba el horror ante el "otro" que era presentado como un salvaje. También entraba en juego y de forma muy destaca la sexualidad, especialmente la violación. Ciertamente que los episodios de violencia en el trato dado a los prisioneros eran frecuentes y casi siempre los cautivos que regresaban lo hacían fuertemente conmocionados. A menudo los niños y niñas capturados se integraban de tal modo entre sus captores que tiempo después rehusaban volver con los suyos. Es el caso de Mary Rowlandson una de cuyas hijas se casó con uno de sus captores y se quedó para siempre con los mismos indios que la habían raptado. Hay suficientes detalles en estas narrativas como para reconocer la ambivalencia de sentimientos y comportamientos a que dio lugar la cautividad de los prisioneros, casi siempre mujeres y niños, tomados por los indios en sus asaltos a granjas y caravanas. Esta ambivalencia es un asunto central en la historia que se nos cuenta en The Searchers o Centauros del desierto y contribuye más que cualquier otra cosa a definir a su protagonista.
El comportamiento de los Comanches y los valores centrales de su modo de vida desconcertaban a muchos de estos cautivos que no los comprendían. Sarah Ann Horn una de estas cautivas describe bien el desconcierto que le provocaba la forma de actuar de sus captores:
"La fuerza del vínculo que les mantiene unidos unos a otros y la demostración que hacen de ello, hasta el punto de dividir el último pedazo de alimento del que disponen llegando a pasar hambre, haría sonrojar a muchos cristianos que se declaran como tales. Sin embargo y en su relación con el mundo exterior son justo lo contrario."[10]
Volvamos ahora a la historia de Cynthia Ann Parker, la joven cuya historia inspiraría el relato de The Searchers o Centauros de desierto. Daniel Parker murió en 1844 tras ocho años de infructuosa búsqueda de su sobrina Cynthia Ann. Su hermano menor James Parker habría de continuarla hasta 1851. Sin embargo, Cynthia fue vista en un campamento comanche en 1846, pero se negó a responder a las preguntas de un agente indio llamado Leonard Williams. Al parecer no tenía muchos deseos de ser rescatada. Para entonces se había convertido en una de las mujeres de Peta Nocoa el jefe de la banda comanche que la había raptado, su nombre era Naudah y hablaba perfectamente comanche y un español bastante corrompido que era una jerga propia de los comanches. Su primer hijo fue Quanah y después tuvo a Pecos y una niña llamada Topsannah. Cynthia Ann Parker fue "liberada" tras la batalla o más bien masacre, de Pease River y en la que una partida de "rangers" al mando de Lawrence Sullivan Ross, después gobernador de Texas, atacó a una partida de indios comanches entre los que ella se encontraba. Este ataque tuvo lugar el 19 de diciembre de 1860, más o menos veinticuatro años después de su captura.
Las comparaciones entre el relato que nos cuenta John Ford en su película y la historia de Cynthia Ann Parker son muchas, aunque las dos historias no concuerdan en bastantes aspectos. Para empezar Ethan no se parece en nada a Daniel Parker, pues éste último no fue un perdedor sino una figura importante en la fundación del estado de Texas como parte integrante de los EEUU. También era predicador y si hay un predicador en la película, que lo hay por supuesto, éste tampoco tiene nada que ver con Daniel Parker, pues es al final un personaje con cierta comicidad. Esto nos indica que John Ford rehízo la historia introduciendo en ella los caracteres que estaban presentes en casi todas sus obras: el perdedor, el cómico, el borrachín, la mujer mayor de carácter, la pelirroja de armas tomar, etc. El tiempo de la historia real es más largo que el de la película que si bien no especifica fechas nos permite intuir, por las edades de la niña raptada, que no llega a los veinticuatro años. La búsqueda de Cynthia Anne Parker no fue tan inmediata, ni tan persistente ni tan épica como en la película, pero el final en ambos casos concluye con al asalto a un campamento comanche y en la matanza que allí se produce. Es evidente que Centauros del desierto refleja el estilo narrativo de John Ford y la tipología de sus personajes habituales. Además, y como producto de la industria cinematográfica tuvo que respetar ciertos códigos como el del "final feliz", aunque en este caso no lo fuera del todo. La historia termina en la película con el retorno a casa de la niña que fue raptada y en los términos de su conclusión, nos permite aventurar un final más o menos feliz del que, sin embargo, el propio Ethan parece quedar excluido. La historia de Cynthia Ann Parker contiene episodios posteriores y consecuencias de gran interés e importancia histórica que acrecientan la dimensión mítica del relato visual que compuso John Ford en un escenario tan majestuoso como Monument Valley. Vale la pena adentrarnos en algunas de ellas.
En primer lugar merece la pena detenerse, aunque sea brevemente, en el triste destino de Cynthia Ann Parker tras su retorno a la misma sociedad de la que muchos años antes había sido arrebatada por una banda de indios comanche. Ella sufrió las consecuencias del mestizaje cultural del modo más brutal, ya que jamás pudo integrarse en la sociedad de los blancos. Triste, vivió sus últimos años como un fantasma en un mundo ajeno.
Pero hay un personaje excepcional que sobresale por sus propios méritos en las historias, tan unidas, de los Parker y los Comanches. Se trata de Quana Parker, el hijo mayor de Cynthia Ann Parker y Peta Nocoa, el jefe que lideraba la banda que asaltó la granja de los Parker.(continuará)
[1] La diligencia otra de las obras maestras del western y también dirigida por John Ford, se rodó íntegramente en Monument Valley pero en un formato convencional y en blanco y negro. Si bien esta película adquiere una gran maestría como relato, no posee las cualidades épicas que tiene Centauros del desierto ni tampoco alcanza a conseguir el enorme impacto visual de esta última película.
[2] La marca de cigarrillos Marlboro usó como imagen publicitaria durante muchos años la figura de un vaquero cabalgando en Monument Valley y fumando un cigarrillo. Esta imagen se convirtió en un auténtico icono norteamericano que sin embargo desapareció tras la prohibición de difundir publicidad del tabaco.
[3] Frankel, Glenn.- 2013 The Searchers. The Making of an American Legend. New York: Bloomsbury
[4] Es el caso de El hombre tranquilo o The Quiet Man, en la que John Wayne interpreta a Jack Thorton un boxeador que vuelve a Inisfree, el pueblo irlandés del que emigró a los EEUU, atormentado por la culpa de haber matado accidentalmente a un contrincante en el ring. En esta película la Irlanda rural es un Arcadia feliz donde este hombre alcanzará finalmente la paz consigo mismo. Sin embargo, el Ethan de Centauros del desierto vence el odio que le domina, pero seguirá penando por un pasado que sólo llegamos a intuir.
[5] Hamalainen, Pekka 2011 El imperio comanche. Barcelona: Ediciones Península.
[6] Martínez Laínez, F y Canales Torres, C.- 2009 Banderas Lejanas. La exploración, conquista y defensa por España del territorio de los actuales Estados Unidos.Madrid: EDAF
[7] Wildavsky, A. The Nursing Father. Moses as a Political Leader.
[8] La cumbre de esta narrativa es sin duda El último Mohicano (1826) de Fenimore Cooper
[9] Rowlandson, M. 1682 A Narrative of the Captivity and Restoration of Mrs. Mary Rowlandson
(10) Frankel, H. The Searchers
(CONTINUARÁ)