- El triunfo de la estupidez
Inédito
Tuve ocasión de escuchar recientemente los comentarios de dos colegas catalanas que al compartir manteles con un grupo de profesores de la universidad de Zaragoza en el restaurante que hay en el Paraninfo, nos manifestaban que era magnífico estar allí para así poder enterarse de las cosas que pasan por aquí pues, como decían, en Cataluña casi nunca se habla de Aragón. Ya se sabe que, pobres de nosotros, ni siquiera interesamos en nuestra comunidad vecina de la que, según parece, somos el primer cliente comercial. Yo manifesté entonces mi satisfacción porque las cosas fueran así, pues eso me permitía, en mi condición de aragonés, pasar desapercibido cuando salgo fuera de Aragón. Por el contrario, razoné, debía ser una pesadez ser catalán y que fuera de Cataluña estuvieran preguntándote siempre por el "asunto" de marras para averiguar si eras independentista, soberanista, nacionalista, catalanista, populista, autonomista, español o fascista que de todo hay en la viña del señor. Me dio la impresión de que esta ironía, que me vino a la cabeza sobre la marcha, zanjó más o menos la cuestión. Sin embargo y un rato después, descubrimos que mis dos colegas sí sabían algo sobre el asunto ese del bautizo de una llamada Lengua Aragonesa del Aragón Oriental, más conocida entonces por su acrónimo "LAPAO". Era evidente que los medios catalanes habían difundido en su día con amplitud semejante ocurrencia. Parecería lógico usar esta anécdota para criticar a nuestros vecinos, pero francamente no es esto lo que me interesa, pues creo que este hecho, de poca importancia ante otros verdaderamente graves, habla más de nosotros mismos, los aragoneses, que de nuestros vecinos catalanes. ¿Qué sucede para que cuando algo relacionado con Aragón sale de nuestras fronteras obteniendo alguna repercusión, lo que transmita muchas veces sea la estupidez? ¿Somos acaso estúpidos?
Debo decir ahora que esta reflexión, nada irónica por cierto, me ha surgido al saber por los medios de comunicación que pronto se va a inaugurar el llamado Centro de Interpretación del Ecce Homo de Borja. Todos podemos recordar la enorme repercusión mundial, de la que todavía muchos se sienten orgullosos, que tuvo la gran chapuza que hizo una borjana aficionada a la pintura con un fresco que representaba al Ecce Homo y que había sido realizada unos cuantos años antes por otro pintor con mayor maestría que ella. Esta mujer llevó a cabo su acción con la mejor intención pero realmente lo que acabó creando fue un adefesio. La difusión de su acto produjo al principio polémica y parece que incluso el rechazo de sus convecinos, pero cuando las redes sociales y los medios de comunicación empezaron a interesarse por este asunto, la cosa cambió y cuánto. Esta persona de ser criticada pasó a convertirse en heroína local y las propias autoridades vieron en todo esto una oportunidad y decidieron aprovecharla. Todo sea por la promoción de nuestro pueblo debieron pensar. ¿Dónde está la estupidez entonces? Evidentemente que no está en esta señora que al verse rehabilitada e incluso homenajeada se ha dejado querer y es muy comprensible que lo haya hecho, aunque evidentemente esto no cambia la circunstancia de que el resultado de su intervención fuera un auténtico desastre. La estupidez está en las redes sociales y en los medios que la difunden y obviamente en las multitudes que se regocijan ante ella y la transforman en objeto de culto, lo que podríamos llamar el culto a la "cutrez". Hoy la estupidez que triunfa en el mundo mediático es la de quienes no tienen otra cosa que hacer que enaltecer cualquier vulgaridad o zafiedad.
La estupidez es ciertamente contagiosa y aquí es donde el asunto se nos viene encima. Los listos, que en todas partes los hay, vieron su oportunidad y quienes se encargaban del santuario empezaron a cobrar la entrada. ¡Qué poco hemos cambiado!, pues al fin y al cabo esto mismo ya lo retrató en 1957 y con su fina ironía el gran Berlanga en la película Los jueves milagro. Aprovechar la estupidez para hacer negocio, obtener notoriedad o en el mejor de los casos promocionar un pueblo, no es un signo de inteligencia comercial o política, pues la estupidez se extiende por doquier, penetra por todos los rincones y transforma la imagen de una colectividad. Puede ser que esto nos haya pasado a los aragoneses en más de una ocasión, que al final sólo acaban conociéndonos fuera por lo burros y estúpidos que a veces parecemos. No me quiero extender con algún otro caso, también de gran notoriedad, pues con este del Ecce Homo ya me parece suficiente.
Continuando con la relación entre Aragón y Cataluña querría recordar la visita que le hizo recientemente el Presidente de Aragón a su homólogo catalán. Nuestro presidente enseguida se plantó ante los medios para decir que había quedado encantado con su entrevista y poco debió faltarle para besar, ahora que está de moda en la política, a este sucesor de Mas que hay ahora en la Generalitat. Sin embargo, este último ni siquiera se dignó comparecer ante la prensa y envió a su consejera. No fue algo casual y forma parte del comportamiento del nacionalismo catalán desde tiempos remotos, por lo menos desde la Segunda República, pues considera que Aragón estará siempre un gran peldaño por debajo de Cataluña. No es estupidez, Dios me libre, lo que le atribuyo al Sr. Lambán sino que trato de mostrar, con este ejemplo, cuales son al final las consecuencias de apuntarse, cuando suena la flauta por casualidad, a eso de parecer estúpidos: que algunos acaban creyendo que lo somos y esto último lo digo por la devolución pendiente del patrimonio que pertenece al Monasterio de Sigena y las 113 obras de arte que custodia el Museo Diocesano de Lérida. Al final este Ecce Homo de Borja, en su versión cutre, va a ser - de hecho ya lo es - muy conocido más allá de nuestras fronteras y por el contrario casi nadie ha oído u oirá hablar de la historia tan lamentable de las pinturas que decoraban la sala capitular del Monasterio de Sigena. Cualquier amante del arte sabe perfectamente la estratosférica diferencia que existe entre las pinturas de Sigena y el Ecce Homo, llamémosle piadosamente naif, de Borja .