Memoria de Eli Wiesel
(Heraldo de Aragón 5 de julio de 2016)
Gaspar Mairal Buil
Ha sido noticia recientemente la muerte de Eli Wiesel, un judío de origen rumano, superviviente de los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau y Buchenwald, autor de numerosos libros y especialmente de La noche (1955), donde relata su terrible experiencia del Holocausto en el que murió la mayor parte de su familia. En 1986 le fue otorgado el premio Nobel de la Paz. Han sido numerosos los recuerdos que le han dedicado los medios de comunicación que han ofrecido igualmente comentarios y resúmenes biográficos. No deseo escribir sobre su figura que ha sido suficientemente tratada en estos últimos días, sino detenerme más bien en dos detalles de su biografía que me gustaría poner en contexto para reflexionar sobre el significado de las obras escritas no sólo por Wiesel sino también por otros supervivientes como Primo Levi, Jean Améry, Jorge Semprún, Tadeusz Borowski o Imre Kertész, entre otros.
A la mayor parte de estos autores les costó unos cuantos años ponerse ante las páginas de papel en blanco y dejar escrita en ellas la memoria de lo que habían vivido en el tiempo en que estuvieron internados en los campos de exterminio. Hubo quien pensó que nadie les iba a creer, ya que aquello que habían visto era inimaginable dentro de una experiencia humana civilizada. También hubo quienes asumieron que era imposible describir lo que ellos habían vivido pues la experiencia del Holocausto era intransferible usando cualquier medio de representación disponible fuera la escritura, el arte, la imagen o incluso la voz. De esta manera quienes así pensaban, como Eli Wiesel, sacaban a la luz y de la forma más descarnada un problema tan fundamental en la cultura como es la comunicación y representación del mal extremo en su verdad. Por eso hoy seguimos sin encontrar una explicación concluyente o definitiva para el Holocausto. El por qué o el para qué de todo aquello siguen estando entre nosotros cuestionando nuestras conciencias. También, por cierto, nos sucede algo parecido con el terrorismo yihadista o con otros fenómenos de crueldad extrema que se han venido sucediendo a lo largo del siglo XX. Para Eli Wiesel fue decisivo un encuentro que mantuvo hacia 1954 con el escritor francés François Mauriac, pues fue este quien acabó convenciéndole de que debía contar su experiencia y primero en yiddish y después en francés publicó La Nuit, en 1955, uno de los primeros relatos de un superviviente de Auschwitz. Tras este fueron llegando otros textos y entre ellos algunos que acabaron siendo estimados como obras literarias de enorme importancia. Libros como Si esto es un hombre de Primo Levi, Más allá de la culpa y la expiación de Jean Améry, La escritura o la vida de Jorge Semprún y Sin destino de Imre Kertész, son algunos de los principales testimonios escritos de los que hoy disponemos para en alguna medida vencer la indescriptibilidad que posee toda experiencia de terror y crueldad extremas como fue el Holocausto. Al fin la escritura consiguió en todos estos casos y en algunos otros más, vencer el desafío narrativo con el que cargaron muchos de los supervivientes, pues creían haber sobrevivido al Holocausto solo para contarlo. Primo Levi sintió, tras haber publicado Los hundidos y los salvados en 1986, que ya había superado su propio desafío narrativo. Era este el último volumen de su trilogía sobre Auschwitz y como le confesó a una amiga, sintió entonces que ya no tenía nada más que escribir. Como es bien sabido Levi se suicidó en 1987.
El segundo detalle que quiero traer hasta aquí se refiere a una fotografía que fue tomada por un reportero de la agencia Reuters el 16 de Abril de 1945 en el campo de Buchenwald, pocos días después de que fuera liberado por las tropas norteamericanas. Merece la pena recordar que en su edición del día 29 de abril de 1945 el Heraldo de Aragón publicaba en su portada un reportaje fotográfico con imágenes de la liberación de Buchenwald y otros campos, algo bastante insólito teniendo en cuenta las circunstancias políticas por las que entonces atravesaba España. Vemos en esta fotografía cuerpos famélicos, algunos rostros agonizantes y uno de ellos reconocido, es Eli Wiesel, el séptimo de la segunda fila, cuyo rostro asoma mirando hacia la cámara. Entonces no era conocido como escritor y no dejaba de ser un superviviente más. ¿Cuántos de estos individuos murieron después? No lo sabemos, pero seguramente una buena parte de ellos no pudieron sobrevivir a su liberación. La fotografía es muy expresiva y contiene una diversidad de rostros que merecen ser explorados uno tras otro y con cierta minuciosidad. Hay rostros hermosos, aún con poca vida, como el de la figura que apoya su cuerpo famélico contra el quicio de la puerta. Allí estaba Harry Herder un joven soldado norteamericano que participó en la liberación de este campo y que fue testigo de cómo se tomó esta foto. Casi cincuenta años después Harry Herder escribió su propio relato acerca de lo que vio en Buchenwald y allí explicó cómo esta breve experiencia marcó su vida. El hecho que quiero considerar aquí es que, tal como nos cuenta este soldado norteamericano en sus memorias, detrás de este individuo en los huesos apoyado en el quicio de la puerta había alguien que sin que la cámara pudiera reflejarlo le sostenía en pie. Creo que muchas de las fotografías que se tomaron tras la liberación de los campos venían a ser, como esta, la de un conjunto de figuras colocadas en un escenario. La representación del Holocausto había comenzado.
El director de cine norteamericano Stanley Kubrick pensó alguna vez en realizar una película sobre el Holocausto. Tiempo después su propia viuda, Christiane, ha relatado por qué descartó este proyecto: la verdad del holocausto no se podía mostrar. Kubrick que fue un genio en la reconstrucción de escenarios históricos, en la dirección de actores y en la minuciosidad de los detalles, como se puede ver, por ejemplo, en Senderos de Gloria o Barry Lyndon, no veía cómo poder reconstruir gracias a escenografías y actores, la verdad de Auschwitz. Kubrick se daba cuenta de que esta verdad no se puede mostrar sólo se puede contar y esto es lo que hizo Claude Lanzmann en Shoah, el mejor relato cinematográfico acerca del Holocausto. La verdad de experiencias tan atroces como las que vivieron los supervivientes del exterminio nazi está fuera de la "realidad" y hay que ir en busca de ella con la escritura porque las imágenes por sí mismas no nos la proporcionan. En mi opinión esta es la gran lección que podemos aprender de escrituras como la de Eli Wiesel, porque hay veces que una palabra vale más que mil imágenes.