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Michel Eyquem, Señor de Montaigne (1533-1592)


Los Ensayos de Michel de Montaigne encarnan con enorme fuerza la aparición de un potente "yo" capaz de forjar una mirada propia sobre el mundo. Montaigne va bien lejos en esta forma nueva de entender la escritura y la formula con absoluta claridad:

"No he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho. ¿Acaso he perdido el tiempo al haberme rendido cuentas de mí mismo tan continúa y cuidadosamente? Pues aquéllos que se dan un repaso en pensamiento solamente y en voz alta en algún momento, no se examinan tan esencialmente ni se penetran como aquél que hace de ello su estudio, su obra y su oficio, que se compromete a un análisis largo, con toda su fe y todas su fuerzas"[1]

Esta misma declaración de Montaigne no deja lugar a dudas respecto a su concepción del "yo" como una entidad exteriorizada gracias a la escritura. El "yo" se objetiva y toma vida para poder expresarse. "Mi libro", vendría a decir, soy "yo", pero su entidad, ser un libro leído por otros, también lo convierte en un "otro" para el "yo". De esta forma podríamos tomar a los Ensayos como ejemplo de una escritura del "yo-otro".

Por indicación de su padre Michel Eyquem estudia leyes y ejerce después como magistrado a lo largo de veinte años. Sin embargo y tras la muerte de su progenitor, viéndose en posesión de una fortuna que le permite vivir de rentas, se retira en 1571 a su torre del castillo de Montaigne. Allí proclama su alivio al poder dedicarse a sí mismo ya para siempre y empieza a escribir sus Ensayos continuándolos hasta su muerte en 1592. 

He querido recoger fragmentos de los Ensayos que me han inspirado. En algunos casos me han ilustrado sobre el vivir cotidiano y la vida en general y en otros han hecho que me identificara con lo que en ellos se dice. Montaigne nunca fue un filósofo teórico, especulativo o discursivo. Por el contrario, su objeto de estudio fue siempre él mismo y la vida.  ¿Qué otra cosa hay sobre la que reflexionar?

[1] Montaigne, M.- 1993 Ensayos. Madrid: Cátedra. Libro II Cap. XVIII. Traducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo

Sigo la edición de Cátedra (2003) con la traducción de Almudena Montojo

LOS ENSAYOS (1571-1592)

LIBRO I

Montaigne al lector

Este es un libro de buena fe, lector

De entrada te advierto que con él no me he propuesto otro fin que el doméstico y privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios. Lo he dedicado al particular solaz de parientes y amigos: a fin de que una vez me hayan perdido (lo que muy pronto les sucederá), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y así alimenten, más completo y vivo, el conocimiento que han tenido de mi persona. Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, habríame engalanado mejor y mostraríame en actitud estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues píntome a mi mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiere estado en esas naciones de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós pues.

De Montaigne, a uno de marzo de mil quinientos ochenta

Platón cita a menudo este gran precepto : "Actúa por tí mismo". Cada uno de estos dos términos abarca generalmente todo nuestro deber y contiene igualmente al otro. Quien hubiera de actuar por sí mismo, vería que la primera lección es conocer lo que es y lo que le es propio. Y quien se conoce a sí mismo no adopta los actos ajenos como propios, se ama y se cultiva más que a nada, rechaza las ocupaciones superfluas y los pensamientos y propósitos inútiles.  <<Efectivamente, así como la necedad, aun consiguiendo lo que ambiciona, nunca piensa haber conseguido bastante, así la sabiduría siempre está satisfecha con lo que hay y nunca se arrepiente de sí misma: CICERON, Tusc. 5,54>>

Michel de Montaigne. Ensayos. Libro I, Capítulo III " Nuestros sentimientos van más allá de nosotros"

Los libros son amenos; mas si con su trato frecuente perdemos al fin la alegría y la salud, nuestros bienes más preciados, abandonémoslos. Soy de esos que piensan que el fruto que de ellos se saca no puede compensar esta pérdida. Así como los hombres que se sienten debilitados desde largo tiempo por alguna indisposición se ponen en manos de la medicina haciéndose prescribir  por ella ciertas reglas de vida que no deberían desobedecer, así también el que se retira, aburrido y hasta de la vida vulgar, ha de conformar ésta a las reglas de la razón, dirigiéndola y ordenándola con buen juicio. Debería despedirse de toda suerte de trabajo, sea cual sea la forma bajo la que se presente, y huir generalmente de las pasiones que impiden la tranquilidad del cuerpo y del alma, eligiendo el camino que mejor se acomode a su natural,

Sólo me agradan a mí los libros amenos y fáciles, que me divierten, o aquellos que me consuelan y aconsejan para ordenar mi vida y mi muerte"

 Es la ambición lo más opuesto al retiro. La gloria y el reposo son dos cosas que no pueden alojarse en la misma morada.

Y es el caso que el fin, creo yo, es siempre el mismo: el vivir más a nuestro gusto y a nuestra anchas (...) Por lo tanto no basta con apartarse de la gente; no basta con cambiar de lugar, es menester apartarse de las condiciones populares que están dentro de nosotros; es menester secuestrase y recuperarse de uno mismo (...) Nos llevamos con nosotros los  grilletes: no es una libertad plena, volvemos aún la mirada hacia lo que hemos dejado, tenemos lleno de ello la imaginación.

Ha de tener, quien pueda, mujer, hijos y bienes; mas sin atarse a ellos de forma que su destino de ellos dependa. Hemos de reservarnos una trastienda muy nuestra, libre, en la que establezcamos nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella se ha de tener ordinaria charla con uno mismo y tan privada que ninguna relación o comunicación extraña halle en ella lugar

Michel de Montaigne, Ensayos. Libro I. Capítulo XXXIX  "De la soledad"



Las cosas en sí mismas pueden que tengan su peso, su medida y su forma; mas internamente, en nosotros, ella [se refiere al alma como entendimiento]  las mide según su entender. Es la muerte espantosa para Cicerón, deseable para Catón, indiferente para Sócrates. Despójanse  al entrar, la salud, la consciencia, la autoridad, la ciencia, la riqueza, la belleza y sus contrarios, para recibir del alma nuevo ropaje y del color que a ella le plazca: pardo, verde, claro, oscuro, agrio, dulce, profundo, superficial y que plazca a cada una de ellas; pues no han cotejado ni estilos ni reglas ni formas: cada una es reina en su estado. Por ello no busquemos justificación en las cualidades externas de las cosas: hemos de rendirnos cuentas a nosotros mismos. No depende nuestro bien y nuestro mal sino de nosotros, Hagámonos nuestras ofrendas y nuestros votos, y no a la fortuna: nada puede ella contra nuestras costumbres

.....pues la necedad y la docilidad se da en el vulgo, y que le hace ser propicio a que lo manejen  y embauquen por los oídos con el dulce sonido de esa armonía, sin que se le ocurra pesar y conocer la verdad de las cosas por la fuerza de la razón, esa docilidad, digo, no se da tan fácilmente en uno sólo y es más fácil protegerlo con buena educación y buen consejo de la impresión de ese veneno.

Michel de Montaigne, Ensayos. Libro I. Capítulo L "De Demócrito y Heraclio"


Si nos paráramos a veces a estudiarnos y empleásemos el tiempo que usamos en examinar a los demás y en conocer las cosas que están fuera de nosotros, para profundizar en nosotros mismos, nos percataríamos fácilmente de lo débiles y falibles que son las piezas de las que se compone nuestra persona ¿ No es acaso singular prueba de la imperfección el no poder asentar nuestro contento en cosa alguna, y el que, incluso por deseo o imaginación, esté fuera de nuestro alcance el elegir lo que nos hace falta? Buena prueba de ello es esa gran disputa que ha existido siempre  entre los filósofos para dar con el supremo bien del hombre, que aún dura y durará eternamente, sin solución ni acuerdo; como quiera que sea aquello que conozcamos y de lo que gozamos, sentimos que no nos satisface  y vamos suspirando tras las cosas futuras y desconocidas, pues las presentes no nos sacian en modo alguno: a mi parecer no porque tengan con qué saciarnos sino porque las tomamos con arrebato enfermo y desenfrenado

             Michel de Montaigne, Ensayos. Libro I Capítulo LIII  "De una frase de César"


Puede decirse con verdad, que hay ignorancia analfabeta, la cual va antes de la ciencia; y otra doctoral, que viene tras la ciencia; ignorancia que la ciencia hace  y engendra; al igual que deshace y destruye la primera (...) que si estos ensayos fueran dignos de ser tenidos en cuenta, pudiera ocurrir a mi parecer, que no agradaran apenas a las mentes comunes y vulgares, ni tampoco a las singulares y excelentes; aquellas no entenderían bastante, y estas entenderían demasiado; sólo podrían malvivir en la región de en medio."

Michel de Montaigne, Ensayos. Libro I Capítulo LIV "De las vanas sutilezas"

Presento las ideas humanas y las mía simplemente como ideas humanas, y consideradas por separado, no como dictadas y regidas por la ordenanza celestial e imposibles de ser puestas en tela de juicio o discutidas; materia opinable, no materia de fe; lo que discurro por mí mismo, no lo que creo por Dios, así como los niños proponen sus ensayos; instruibles no instructivos; de una manera laica, no clerical, mas siempre muy religiosa.

    Michel de Montaigne, Ensayos. Libro I Capítulo LVI "De las oraciones" 

LIBRO  II


     Flotamos entre opiniones diversas, nada queremos libremente, nada absolutamente, nada constantemente.

No es raro dice un clásico, que el azar tenga tanto poder sobre nosotros, puesto que por azar vivimos. El que no ha dirigido el conjunto de su vida un determinado objetivo, le es imposible disponer los actos individuales. Es imposible colocar las piezas  para aquel que no tiene la forma del conjunto en la cabeza. ¿ De qué le sirve hacer una provisión de colores a aquel que no sabe lo que va a pintar? Nadie hace un proyecto seguro sobre su vida y solo podemos decidir sobre cierto aspectos de ella.

Estamos todos hechos de retazos y somo de constitución tan informe y diversa que cada pieza a cada momento desempeña su papel. Y existe tanta diferencia entre uno y uno mismo como entre uno y los demás.

Michel de Montaigne, Ensayos. Libro II Capítulo I " De la inconstancia de nuestros actos". 


Y no es sólo receta para una única enfermedad: la muerte es la receta para todos los males. Es un puerto muy seguro al que jamás se ha de temer y sí se ha de buscar a menudo. Viene a ser lo mismo que el hombre se ponga fin a sí mismo o que sufra ese fin; que corra al encuentro de ese día o que le espere; venga de donde venga, siempre será el suyo; por cualquier lugar que se rompa el hilo, todo él estará allí, es el extremo del ovillo. La muerte más voluntaria es la más bella. La vida depende de la voluntad de otros; la muerte de la nuestra (...) El vivir es servir, si falta la libertad de vivir.

Y es ridícula la idea de desdeñar la vida. Pues es nuetro ser y nuestro todo al fin. Las cosas que tienen un ser más noble y rico pueden criticar el nuestro; mas es contra natura que nosotros nos despreciemos y desdeñemos a nosotros mismo; es enfermedad particular y que no se da en ninguna otra criatura la de odiarse y despreciarse. Igualmente vano es querer ser distinto de lo que somos.

Michel de Montaigne, Ensayos. Libro II. Capítulo III "Una costumbre de la isla de Ceos"