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 ¿ Por qué estamos ante una guerra?

Gaspar Mairal Buil

Artículo pblicado en Heraldo de Aragón el 24 de noviembre de 2015

El primer atentado terrorista suicida tuvo lugar en 1982 en Tiro (Líbano) y lo protagonizó Hezbollá al atacar con un camión bomba a un destacamento israelí con un total de 115 víctimas mortales. Desde entonces y hasta mayo de 2015 han muerto 44.323 personas en 4.347 atentados de acuerdo con la base de datos CPOST de la universidad de Chicago. Estos números son ya propios de una guerra. Entonces, ¿qué diferenciaría al terrorismo de la guerra? El terrorismo no tiene capacidad para desplegar una fuerza equiparable a la del enemigo y por esta razón ponen sus acciones violentas al servicio de la propaganda. En una guerra los contendientes dirigen sus fuerzas a la destrucción del enemigo porque piensan que disponen de armas y tropas capaces de hacerlo y además de todo esto también hacen propaganda. Ahora el terrorismo yihadista suicida está protagonizando un salto cualitativo que le lleva desde el terrorismo hacia la guerra.

La clave para este salto cualitativo es la fuerza desplegada o lo que es lo mismo la letalidad del armamento del que se dispone y que en el caso del terrorismo suicida es de 10 muertos por atentado, haciendo de éste un arma temible y terrible. Los países contra los que el terrorismo suicida dirige sus acciones disponen de la más sofisticada tecnología para hacer la guerra y destruir al enemigo, pero carecen de jóvenes dispuestos a morir para matar. Así se viene produciendo un gran desequilibrio pues el uso de esta arma tan poderosa no exige mantener un gran ejército, ni desplegar ingentes cantidades de material, ni tampoco un frente de batalla, así que disponiendo de un poderío de destrucción comparable al de sus enemigos no tiene que mostrarse ante ellos como otro ejército que pueda ser identificado como un blanco sobre el que actuar. Además los atentados salen relativamente baratos en lo que se refiere a su coste económico y al uso de otros recursos materiales. Nunca había existido una actividad terrorista de semejante magnitud lo cual provoca un gran desconcierto a la hora de combatirla. Estamos ante una guerra porque el enemigo dispone de un arma, el terrorista suicida, con un gran poder de destrucción al mismo tiempo que puede servirse de aquellas características de la guerra no convencional que le favorecen, como por ejemplo su camuflaje entre la población civil. Así cuando EEUU, Israel, Jordania, Rusia o Francia responden a los ataques terroristas con acciones de guerra, éstas afectan muy directamente a la población civil lo que es inmediatamente aprovechado por dichas organizaciones terroristas y por sus simpatizantes para criticar duramente lo que ellos mismos califican de barbarie. Después esta misma "barbarie" les sirve para justificar nuevos atentados. La combinación de un arma de gran poder destructivo con las prácticas de la guerra no convencional viene a ser una mezcla explosiva cuyos efectos estamos sufriendo ahora a cargo del Estado Islámico o DAESH.

Lo que generalmente no tomamos en cuenta es que de esas 44.323 víctimas de atentados terroristas suicidas, una gran proporción eran musulmanes. Tras los terribles atentados de París nos hemos olvidado de que hace unas pocas semanas hubo en Beirut, también a cargo del DAESH, dos atentados suicidas que provocaron aún más víctimas que los de París y que en este caso se trataba de musulmanes chiíes. Tampoco nos fijamos demasiado en los múltiples atentados terroristas suicidas que se han sucedido en Irak, Afganistán o Pakistán, todos ellos países de mayoría musulmana, con unos balances de víctimas altísimos en cada caso. También en Sana, capital de Yemen, en el pasado mes de marzo el DAESH asesinó a casi dos centenares de fieles chiíes en sendos atentados en dos mezquitas. Afirmar que los atentados de París debían entenderse también en relación al daño infligido a los musulmanes por los países occidentales es una enorme falacia. Si así fuera cómo se explica entonces que para vengar unas muertes se asesine a quienes han sido supuestamente las víctimas.

Deberíamos preguntarnos por este tipo de armas que han entrado ya desde hace algún tiempo en acción y entiendo que es aquí donde hoy existe un gran vacío de información, análisis y comprensión. Se nos informa abundantemente sobre el contexto histórico, socio-cultural, geoestratégico, militar, religioso, económico, etc. de cada atentado terrorista suicida, pero se olvida una cuestión fundamental: ¿qué pasa por la cabeza de un joven terrorista suicida cuando se dispone a inmolarse con el fin de asesinar al mayor número posible de sus semejantes? De la misma forma que para desactivar una bomba hay que conocer bien su mecanismo, para intentar desactivar al terrorismo suicida habría que conocer bien los resortes psicológicos, religiosos, culturales y políticos que trabajan en un joven o una joven a la hora de moldear su personalidad y llegar a transformarse en un terrorista suicida. Localizar y penetrar en esos reductos de Europa, Oriente Medio, Afganistán, Pakistán o África o en esas redes de información global donde son captados y adoctrinados es una tarea fundamental.

Estamos ante un fenómeno que reúne bastantes de las características que habitualmente les adjudicamos a las organizaciones sectarias que utilizan la religión para captar adeptos a los que adoctrinan y manipulan en unas creencias que les llevan a una total sumisión y también a una grave alteración de su conducta que puede incluir el suicidio. El fenómeno en sí tiene pocas ilustraciones en la actualidad, pero entre ellas destaca a mi modo de ver una excelente película, El Paraíso ahora, del director palestino Any Abu-Assad, que narra los días precedentes al atentado terrorista suicida que van a cometer dos jóvenes palestinos contra objetivos civiles israelíes. El relato refleja de forma bastante veraz las vivencias y el estado de ánimo en el que se encuentra dos de estos jóvenes antes de actuar.

No sé si es posible actuar para desactivar esta seducción sectaria que actúa durante un período previo a su inmolación en el caso de estos jóvenes, de los que sus vecinos suelen decir tras el atentado, que eran "jóvenes estupendos." En Francia y tras los atentados contra el semanario Charlie Hebdo hubo una campaña de difusión en los medios para incidir en el nervio de esta mentalidad asesina y sectaria que no es sino la distorsión en la manera de concebir la propia vida y la propia muerte en relación al más allá. Intuyo que para estos jóvenes la vida no es real, en todo caso sería un sueño, sino que lo real es aquello que creen que hay tras la muerte y a lo que quieren acceder si, tal como les han convencido, su propia muerte produce también la del mayor número de "enemigos". Emile Durkheim el gran sociólogo francés autor de El Suicidio ya distinguía entre el suicidio "altruista" y el "egoísta" y aunque no lo parezca yo diría que el de estos jóvenes es "egoísta", pues con su inmolación esperan obtener para sí un gran beneficio. Así que no son mártires como proclaman sus seguidores.